La matanza
Cuando se habla de la matanza, las conversaciones de nuestros mayores se animan al evocar el olor de la pitanza, la destreza de los matarifes, el arte de especiar a ojo de las matanceras y la picaresca de aquellos que lo único que tenían para matar era el hambre.
Con vehemencia, describen el duro trabajo que suponía a las familias el poder llenar la despensa con las bondades del cerdo y, en un punto del discurso, sus palabras se hacen fiesta y estallan en anécdotas de aquellas jornadas en las que el estómago estaba lleno: relatos de otros tiempos en los que unos se relamen en el recuerdo alardeando de haber cebáo los mejores cerdos del pueblo y otros, los más desfavorecidos, se lamentan de haberse tenido que conformar con las viandas que les arrimaban sus vecinos.